¡Antropólogos!

Se necesitan antropólogos. Ha llegado un momento en que si a los políticos se les empieza a considerar innecesarios, a los economistas o, a muchos de ellos, se les pierde el poco respeto que tenían, salvo excepciones, y de ahí que, pobrecillos, se especialicen aceleradamente en la siembra del miedo, que puede ser una nueva ciencia, y anuncien una nueva crisis, ya inminente, procurando adivinar al mismo tiempo si ésta será o no tan grave como la inaugurada por la hecatombe del Lehman Brothers.

Los presentimientos más sombríos sobre Grecia dibujan un deshilachamiento aún mayor de la Unión Europa, con derrota del euro y de su espacio, y la onda expansiva del fenómeno se llevaría por delante bastantes ilusiones del resto de las economías occidentales. Aunque no se cumplan todas las profecías nefastas que surgen a diario, el mundo o, mejor dicho, la vida en el mundo va a cambiar, y mucho. La especie humana necesita el consejo de los antropólogos. España, por su parte, ya ha asimilado con crispada resignación que va a vivir demasiados años con cinco millones de parados, el 20 por ciento largo de su población activa, y sin previsiones de que esa cifra pueda bajar de un 15 por ciento en un futuro previsible.

Futuro dedicado a una austeridad creciente (recortes y más recortes sociales), al ritmo que exijan los mercados de deuda y financieros, y a ajustar su déficit público a lo que ordena el mando, mientras el pago de la deuda se hace cada vez más sofocante por los altos intereses que los mercados nos exigen; es la prima de riesgo. A ver qué economía crece en esas condiciones. La crispación social se está liberando en Occidente con menos brío que en el norte de África, por razones obvias, pero en Europa, desde Grecia al Reino Unido, va a cambiar la relación del hombre con los aspectos culturales e históricos de este tiempo, es decir, van a cambiar necesariamente su forma de vida y sus comportamientos sociales. Eso lo entienden los antropólogos, no los economistas ni los políticos.