Opinión  | 

Camioneros

Luis Ferrero. Secretario de Ametraci

El autor de esta Tribuna relata el diario de un transportista en un puerto imaginario

Este es un relato corto, que no quiere herir la susceptibilidad de nadie. Como todos los días, a las 5 o 6 de la mañana, como muy tarde, hay que levantarse. “A quien madruga, Dios le ayuda”, dice el saber popular.
Cogemos camión con su remolque, revisamos que todo esté ‘ok’ y nos vamos a una terminal o a un depósito.

Si es una exportación, normalmente es un depósito, y si es una importación, una terminal.

Con un poco de suerte no habrá mucha cola y estaremos de promedio de 30 minutos a una hora o más para entrar. Dentro, es una lotería. Oficialmente, los promedios son de 45 minutos. Si hemos cogido un contenedor vacío (como somos ingenieros) tenemos que mirar que esté bien y a gusto del cliente. Superado este reto, si todo está correcto, nos ha tocado ‘el gordo’, porque como tengamos que devolverlo, vuelta a empezar.

Toda esta operativa se realiza con el camión en marcha, gastando y contaminando.

Ya podemos salir hacia el cliente, pero, claro, ya es la hora en la que todas las salidas y entradas de la ciudad están colapsadas. Nada, paciencia. Vamos cerca, de 12 a 50 kilómetros. Llegamos después de 50, 60 o 90 minutos, como mínimo. Y si llegamos tarde, ya nos miran mal, la culpa es nuestra (no importa que la terminal vaya mal, que las carreteras estén colapsadas o paradas). Nos mordemos la lengua, agachamos la testa e intentamos no discutir.

Nos empiezan a cargar o descargar. Como nuestro cliente le ha dicho que tiene dos o tres horas libres, dependiendo del gestor del transporte, pues nada, a esperar y eso que según la ley tendría que ser una hora.

Al cabo de esas 2 o 3 horas, salimos para el puerto. Vaya, seguimos con el tráfico y con paciencia llegamos a dejar el cargado o vacío, que, con un poco de suerte, dependiendo de la terminal o el depósito, lo mismo que antes, de 60 a 90 o 120 minutos y dentro de otra hora, en el mejor de los casos, o dos horas, si hay alguna incidencia de máquinas, papeles o que los dioses ese día estén de mal humor.

Conclusión: Como se ha visto, para hacer un transporte de unos pocos kilómetros hemos estado entre 6, 7, 8, 9 o, incluso, 10 horas.

Y pretendemos que no falten conductores, con lo que pagan por esto, teniendo que llevar comida y agua para hacer frente a estas historias, y, por supuesto, el lavabo para sus necesidades si están en una cola. Después de todo esto, resulta que las horas en bruto no llegan a 30 euros, esto llevando un equipo que vale, nuevo, de 120.000 a 150.000 euros.

La ley dice que no podemos trabajar por debajo de costes y no es que estemos por debajo, es que no podemos estar más bajos. Debemos ser los únicos que no cobramos desde que empezamos el servicio. Y luego quieren que se sume gente a este oficio. Siendo autónomo se roza la miseria, si no trabajas 16 horas para subsistir, y las empresas a ver cómo pueden pagar a sus trabajadores. Eso sí, hay empresas de calibre, que, prácticamente regalan sus servicios: es la ley de la oferta y la demanda (libre competencia), pero si no podemos trabajar por debajo de costes, ¿cómo lo hacen?

La palabra “camionero” se refiere a la persona que se dedica a conducir camiones para transportar cargas de un punto a otro, es decir, es el conductor de un camión.

Recordaremos que fueron muy famosos durante la pandemia. Eran héroes, estuvieron trabajando en las peores condiciones que se puedan explicar, sin sitios donde asearse, ni para poder comer, etcétera.
Todo esto, para que a la sociedad no le faltara de nada, y ahora ya no sirven: ¿Son héroes caídos?

Pero recordemos todos que las historias se pueden repetir y ya veremos quién sale a dar su salud e, incluso, su vida, por la sociedad que se olvida tan fácilmente de quienes lo han hecho.