El sector del transporte de mercancías por carretera en España está formado por más de 100.000 empresas, cada una de un padre y de una madre. Una realidad incompatible, a todas luces, con la posibilidad de que pueda existir una “concertación de precios” o un “reparto de mercado”, como parece sospechar la Comisión Nacional de la Competencia a tenor de la nueva investigación abierta en el mercado frigorífico, que lo único que demuestra es el total desconocimiento del sector, que no era capaz de repercutir sus costes al cliente ni cuando había tarifas mínimas de obligado cumplimiento. Y es que no es de recibo que cada vez que suenan en algún foro las palabras ‘malditas’: precios o costes, pese a que el propio Ministerio de Fomento elabora periódicamente Observatorios al respecto, salten todas las alarmas en el seno del organismo regulador que preside Joaquín García Bernardo de Quirós, dando luz verde a sus inspectores para entrar como un elefante en una cacharrería en las sedes de empresas y patronales, de malos modos y tratando a los transportistas como si fueran delincuentes. Incluso en el hipotético caso de que las organizaciones empresariales aconsejasen repercutir a los clientes sus costes, como ya ha ocurrido en más de una ocasión, lo que ha acarreado la correspondiente sanción por vulnerar la Ley de Defensa de la Competencia, nadie se cree, hoy por hoy, que los transportistas vayan a seguir al dictado dichas recomendaciones.
La realidad, de hecho, es bien distinta. Hay una gran competencia en el sector, excesivamente atomizado, donde, sobre todo en el actual escenario de recesión de tráficos, se ha desatado una guerra de precios brutal para intentar quitar el cliente a su vecino, lo que ha puesto patas arriba sus cuentas de resultados, muy lejos de la alta rentabilidad que proporcionaría una política de cartelización del mercado, como intuye Competencia. Es más, en la mayoría de los casos, es el propio cargador el que se aprovecha del exceso de oferta y la desunión del sector para imponer precios, coartando cualquier posibilidad de negociación, con situaciones, incluso, de dumping, con la realización de tráficos diarios de Madrid a Barcelona a 0,57 euros el kilómetro, por ejemplo, que obligarían a preguntar cómo es posible. No hay que olvidar, además, cómo podría afectar una posible sanción millonaria, en caso de que finalmente Competencia incoase un expediente sancionador, a la ya de por sí maltrecha economía de las empresas del sector, punta de lanza del transporte internacional y sostén del comercio exterior, una de las pocas alegrías de la economía, ya que supondría un duro golpe a su línea de flotación, que podría abocar a más de una a echar el cierre. Y este problema no sólo es exclusivo de la carretera. En el transporte marítimo, ocurre tres cuartos de lo mismo.
Competencia ha impuesto recientemente multas que suman casi 90 millones a seis navieras por repartirse el mercado y pactar precios en el servicio de transporte entre la península y Marruecos. Una sanción que chirría bastante. Bastaría echar un ojo a las cuentas de las compañías navieras, que están perdiendo dinero a espuertas. No hace falta ir muy lejos en el tiempo para ver como se han quedado en el camino empresas de la talla de Trasatlántica, Naviera del Odiel, Contenemar o la reciente salida del mercado canario de la naviera turca Arkas por su nula rentabilidad. No deja de ser curioso, además, que se acuse a una naviera como Trasmediterránea de pactar precios cuando realizó recientemente una ampliación de capital de 100 millones para hacer frente a las pérdidas. ¿O acaso el sector pacta precios y se reparte el mercado para perder dinero? Una multa, a más a más, que en el caso de Trasmediterránea, que para más inri está con el cartel de se vende, podría implicar su cierre si no fuese por que detrás está Acciona. Es evidente que Competencia tiene que investigar allí donde crea que se está vulnerando la libre competencia. ¡Faltaría más! Pero, ¿por qué no se observa la misma diligencia en otros sectores, donde la cartelización es más que evidente? No hace falta dar nombres. A buen entendedor, pocas palabras bastan.