El futuro del transporte no puede depender de medidas fragmentadas o paliativas.
La Comisión Europea, capitaneada por Ursula von der Leyen, ha dado ya el pistoletazo de salida a un nuevo ciclo legislativo de cinco años. En su puesta de largo, Von der Leyen puso el foco en la reactivación de la economía y el impulso de la competitividad, con la lucha contra el cambio climático como telón de fondo. En esta hoja de ruta, el comisario europeo de Transportes, el griego Apostolos Tzitzikostas, debe hacer frente a retos que no solo moldearán el futuro de la movilidad, sino también el de la sostenibilidad, la competitividad y la cohesión social.
Entre los grandes desafíos, destaca la transición hacia un transporte sostenible. Un camino sin vuelta atrás y repleto de curvas. Europa se ha comprometido a una reducción drástica de emisiones, un objetivo ambicioso que choca con la realidad de una industria automotriz que aún se adapta con lentitud a las exigencias ecológicas. Aunque la electrificación del transporte se presenta como la gran apuesta de Bruselas, esta depende de infraestructuras aún insuficientes y de una capacidad de producción que no puede igualar la demanda. Más preocupante aún, la UE se enfrenta al riesgo de depender de terceros países, como China, para las tecnologías necesarias.
También hay que tener presente la digitalización. La automatización y las nuevas tecnologías prometen revolucionar la eficiencia y seguridad, pero también plantean interrogantes. ¿Qué papel tendrán los trabajadores en este proceso imparable? La Comisión debe garantizar que la digitalización no deje a nadie atrás, promoviendo la formación y el reciclaje profesional.
Otro de los grandes retos es la conectividad, que parece seguir siendo un sueño muy lejano. Aunque existen planes ambiciosos, como la Red Transeuropea de Transporte, su implementación enfrenta retrasos crónicos y una financiación insuficiente. Esta desconexión no solo frena el progreso económico, sino que también perpetúa la desigualdad entre regiones.
La Comisión tiene la responsabilidad de trazar un rumbo claro. El futuro del transporte no puede depender de medidas fragmentadas o paliativas. Lo que está en juego no es solo la movilidad, sino la capacidad de la UE de liderar una transición global hacia un modelo más sostenible, justo y competitivo.