Los científicos reclamando la reducción de emisiones, los Gobiernos marcando objetivos y en tercer término, los datos reales
Entre el negacionismo más recalcitrante y el desatado furor del converso suele haber espacio para la cordura. Más discreta, sosegada, humilde y elegante, por lo que suele pasar más desapercibida en la actual vorágine de las redes sociales, convertidas de hecho en nuestra contemporánea opinión pública. El director de la Agencia Internacional de la Energía (AIE), Fatih Birol, ha acuñado el término de “la gran desconexión” en la transformación energética. Por un lado, los científicos reclamando la reducción de emisiones, por otro los Gobiernos marcando objetivos más o menos superables y en tercer término, los datos reales.
Birol asegura que falta un enfoque claro en todo este asunto y pone como ejemplo el vehículo eléctrico. “Hablamos mucho de él pero los números muestran que el gran cambio en la industria del automóvil no es ese, sino los todoterrenos urbanos”, alerta el experto. Consumen un 25 por ciento más que un turismo normal y contrarrestan el ahorro medioambiental que pueda suponer utilizar vehículos eléctricos. “Aviso a los legisladores para que solo nos fiemos de los datos reales y veraces”, afirma Miguel Ángel Ochoa, presidente de la Fundación Corell, en relación con la movilidad sostenible. Tiene razón. El ayuntamiento de Madrid tiene fijado un calendario de renovación de flotas de distribución urbana de mercancías muy agresivo.
El sector calcula un impacto económico de la friolera de 1.300 millones de euros en los próximos años. Nadie, por el momento, ha escuchado con atención a los transportistas. Mientras, el número de vehículos todoterrenos urbanos (SUV) sigue creciendo de forma exponencial. Resulta que los vehículos turismo representan el 76,38 por ciento de todas las emisiones de CO2 del transporte por carretera y el vehículo tipo de moda consume un 25 por ciento más sin que nadie parezca haber reparado en ello. El desenfoque sobre la cuestión parece evidente.