El modelo de la UE, con su esquema de derechos de emisión y tasas a los combustibles, se enfrenta a la cruda realidad de que los barcos no navegan en un solo continente.
La descarbonización del transporte marítimo se encuentra en una disyuntiva. Mientras Bruselas impone su propio camino con el ETS y FuelEU, la Organización Marítima Internacional (OMI) intenta construir un marco global que, como todo lo que se cocina en los organismos multilaterales, avanza con lentitud.
El problema es evidente: en un sector que es la espina dorsal del comercio internacional, establecer reglas distintas según la geografía no solo genera ineficiencias, sino que puede llevar a una pérdida de competitividad para los países que decidan endurecer antes las normas, como ya está pasando en los puertos europeos.
El modelo de la UE, con su esquema de derechos de emisión y tasas a los combustibles, se enfrenta a la cruda realidad de que los barcos no navegan en un solo continente. Si las reglas son más estrictas en un mercado y laxas en otro, la consecuencia natural es el desvío de rutas marítimas, con la consiguiente fuga de tráficos y, por consiguiente, de actividad económica. Bruselas puede esforzarse en imponer su agenda climática, pero sin una acción coordinada a escala global, el resultado es un desequilibrio regulatorio que premia a quienes menos hacen y castiga a quienes intentan liderar.
La OMI, por su parte, se encuentra atrapada en una negociación compleja entre intereses divergentes. Mientras algunos países defienden un sistema flexible basado en incentivos y unidades de cumplimiento, otros exigen un gravamen directo a todas las emisiones.
El problema no es solo técnico, sino también político. La reciente salida de Estados Unidos del Acuerdo de París, impulsada por el regreso de Trump a la Casa Blanca, es un recordatorio de que el liderazgo climático mundial es, en el mejor de los casos, volátil. Mientras Europa mantiene sus ambiciones verdes, el resto del mundo juega con reglas propias, muchas veces más relajadas. Y si Bruselas no quiere quedarse sola en esta cruzada ‘verde’, la única vía sensata es apostar por una descarbonización liderada por la Organización Marítima Internacional, evitando regulaciones regionales que distorsionen el comercio y generen efectos indeseados. Porque, al final, el transporte marítimo no entiende de fronteras. Pero la política, lamentablemente, sí.