Quizás Gijón sea el ejemplo más cristalino del ‘puerto sin barcos’. Los días de bonanza vividos por esa loca carrera de las infraestructuras para el disfrute de la logística que vivimos en España al calor de los fondos europeos han dejado muertos en el camino. Gijón era un puerto sano.
En su paraíso el carbón era su arma estratégica. Aquí nació su problema. Para saciar las entrañas de una multinacional se acometió una aberración mayúscula. Diseñar una macro ampliación para que tres enormes bulkcarriers pudieran trabajar a la vez en el puerto gijonés gracias a un inmenso dique y 145 hectáreas.
Se quería abaratar el precio del carbón a la vez que posicionaban a Gijón en la élite portuaria. Se trasladaría el negocio de la empresa local, la Ebhisa que ofreció inmortalidad y fortuna a más de uno, e incluso se llegó a pensar en una gran terminal de contenedores en los terrenos liberados.
Pero nadie vislumbró que la época gloriosa del carbón había acabado. Aún así, la obra continuó, nacieron sobrecostes, aún hoy inexplicables, y Puertos del Estado le otorgó un crédito muy cuestionable para salvar la quiebra. El propio presidente de este organismo, José Llorca, reconoció que “el descontrol de esta obra fue generalizado”.
Pero en Gijón nada cambió. Logró tener su millonario muelle cargando con una deuda inmensa. ¿Para qué? ¿Para quién? Un puerto sin plan, a la deriva, que vive apurado intentando vender activos a la par que no concesiona media hectárea. ¿Despierta Gijón pasión en los privados? Concita interés entre los investigadores del fraude.
Hoy conocemos nuevos detalles de viejos problemas. Unos dicen que las piedras de la obra costaron una cosa y otros menos. Nadie sabe ni cuánto costaron, ni cuánto terminarán costando.
Anticorrupción tiene caso. Fomento debe presentar una auditoría independiente y transparente. España tiene que dejar de ser noticia por estas cosas. Hay en juego 1.000 millones de euros. Demos ejemplo, caiga quien caiga.