Al hilo del nuevo plan del Gobierno de Zapatero para anticipar la reducción del déficit siguiendo las recomendiaciones del Eurogrupo, lo que supondrá un recorte en infraestructuras de 3.200 millones en 2010 y otro tanto para 2011, José Blanco, el mnistro de Fomento, aseguró en sede parlamentaria que “estábamos exigiendo un nivel de dotación de infraestructuras (en los últimos 15 años) mucho mayor que el de cualquiera de los países más ricos del mundo occidental.
Pero ahora, esto ya es imposible. Hemos demostrado más ambición de la que podemos asumir”. En primer lugar, hay que felicitar al ministro de Fomento por hacer un análisis tan sensato y certero de la situación y por reconocer, aunque sea ya tarde (cuando el país se encuentra al borde del precipio), que la historia más inmediata de su cartera es un relato de gasto desmedido, por encima de las posibilidades del país.
Se echó en falta la autocrítica en el discurso de Blanco ante la Comisión de Fomento del pasado 19 de mayo. Porque si es un hecho que los Gobiernos de las tres últimas legislaturas ha derrochado pólvora del rey en infraestructuras fastuosas y, en ocasiones, hasta megalómanas, no es menos cierto que a este primer problema hay que sumar un segundo no menos importante: la ausencia de planificación a la hora de acometer las infraestructuras.
Pero no es el momento de ver el vaso medio vacío. El ministro de Fomento puede y debe convertir el recorte del gasto público en infraestructuras en una oportunidad. ¿Cómo? Haciendo lo que no se ha hecho hasta ahora, que es planificar, estableciendo prioridades, sabiendo qué se construye y para qué se construye, escogiendo aquellas actuaciones que se sabe tendrán un impacto directo en la mejora de la competitivad del país, coordinándose con las Comunidades Autónomas a las que hay que trasladar un mensaje contundente de que “se acabó el café con leche para todos”. Si Blanco planifica, el recorte del gasto no será ningún drama.