Una de las primeras confesiones que realizó el efímero director general de Transporte Terrestre, Francisco Espinosa Gaitán, a su llegada a Fomento fue reconocer que el sector es un mundo “muy complejo”, donde existe una “auténtica ensalada de siglas”. No le faltaba razón. Y uno de los objetivos de su sucesor en el cargo, el catalán Manel Villalante i Llauradó, debería ser la simplificación de este laberinto asociativo y aunar posiciones para conseguir que el sector sea más eficiente y competitivo.
En la actualidad, la mayoría de las empresas del sector han diversificado sus negocios para captar nuevos mercados y es muy difícil delimitar la frontera que separa las distintas actividades ofrecidas por los operadores: cargas completas, fraccionadas, logística, almacenaje… y no tiene ningún sentido la fragmentación de asociaciones que existe en estos momentos, sobre todo, teniendo en cuenta que en muchos casos representan a los mismos socios en distintos foros.
En este complejo escenario es loable el proceso de fusión puesto en marcha por las patronales de carga fraccionada -Aecaf- y de los operadores logísticos -Lógica-, que, seguramente, no será el único que vea la luz a lo largo de este nuevo año que hoy comienza. Es cierto que se trata sólo de una gota de agua en este vasto mar de siglas, pero no deja de ser un paso adelante hacia la modernización del sector.
El transporte necesita una concentración de patronales y, por qué no, avanzar hacia la creación de una gran organización empresarial, que aglutine los intereses de un sector, que tiene más cosas en común que diferencias, para que, de una vez por todas, haga escuchar su voz. El gran problema es que, hoy por hoy, todos quieren ser ‘jefe’ y nadie quiere ser ‘indio’. Y esta falta de unión en el sector es aprovechada por los gobiernos de turno para aplicar la política que más le conviene en cada momento. Y así, sin un rumbo fijo y a merced del viento, es difícil llegar a buen puerto.