Es evidente que las privadas ganan terreno, pero el trozo del pastel ferroviario es el mismo
Al ferrocarril de mercancías le ha llegado su hora, para lo bueno o para lo malo. O bien coge velocidad o descarrila. La expectación es máxima, sobre todo ahora que parece que los astros se han alineado para impulsar este modo de transporte en España, en el furgón de cola de la UE con una raquítica cuota que apenas alcanza el 4 por ciento.
La oportunidad es clara. A la emergencia climática, se suma la falta de conductores profesionales. Además, las fuertes inversiones de empresas públicas y privadas en locomotoras y vagones, junto al cada vez mayor interés de operadores y cargadores por corredores libres de carbono, augura un futuro prometedor al tren. Pero los retos no son pocos y el objetivo de alcanzar en 2030 una cuota modal del 10 por ciento sigue a años luz.
Es evidente que las privadas ganan terreno, pero el trozo del pastel ferroviario es el mismo. La diferencia es que la pública Renfe Mercancías, que en 2023 volvió a cerrar un ‘annus horribilis’, con un descenso del 20 por ciento del tráfico, medido en toneladas-kilómetro, come menos tarta.
No basta con gritar ¡mercancías al tren! para asistir a un cambio de paradigma en la cadena de suministro. La realidad es tozuda. Y los datos del ‘Diagnóstico de Intermodalidad en Gran Consumo’, elaborado por Aecoc con la colaboración de más de 100 empresas que representan cerca del 80 por ciento del volumen de mercancías del sector, no son para tirar cohetes. Solo el 34 por ciento de las empresas encuestadas emplea el ferrocarril para el transporte de sus productos. Es decir, siete puntos porcentuales menos que un año antes. Y otra cifra significativa: hasta el 88 por ciento de las empresas declara que el ferrocarril supone menos del 5 por ciento de su operativa. La lectura en clave positiva es que el potencial de crecimiento es enorme.
Las principales barreras a la hora de subirse al tren están perfectamente identificadas: tiempo de tránsito, falta de oferta y actores y escasa flexibilidad. Y ante este panorama, los corredores Atlántico y Mediterráneo, con sus luces y sombras, y las autopistas ferroviarias podrían jugar un rol importante en el impulso de la intermodalidad.
La apuesta del Ministerio por la movilidad sostenible y el ferrocarril está fuera de toda duda. Pero no tanto que las mercancías compartan protagonismo con los pasajeros. No parece tan difícil dar con la tecla. ¿O sí? España no puede dejar escapar este tren.