La primera escala de un buque portacontenedores de 18.000 TEUs de capacidad realizado por la naviera danesa Maersk Line en el puerto de Bahía de Algeciras el pasado 6 de noviembre confirma un éxito sobresaliente para el negocio portuario en España, en general, y para la sólida apuesta de la rada andaluza en particular.
No sólo sobresale el sistema portuario como hub entre mares sino que el éxito operativo que ha supuesto el atraque del “Maersk Mc- Kinney Moller” en la instalación de APM Terminals permite renovar la imagen de plataforma logística del sur de Europa, dentro del deseo mediático del Gobierno de Rajoy de potenciar allende los mares la ‘marca España’ como un instrumento para captar nuevas inversiones que dinamicen una maltrecha economía.
Ojalá se empiecen a dejar atrás los peores días del último quinquenio, aunque la remontada aún será larga y dura. Sin embargo, la extraordinaria noticia de que Maersk haya afianzado a España como clave en esa revolución abierta en el negocio marítimo mundial con la generación de los buques Triple E no logra ocultar que poco o nada se haya avanzado en los últimos años en una reducción de costes en los puertos.
Cierto es que Fomento ha rebajado tasas y gravámenes concesionales o que dársenas como Algeciras bonifican al máximo los tráficos para poder competir en precios con esos oasis laborales que perviven entre el Atlántico y el Mediterráneo, pero la incertidumbre del tráfico está en el aire.
¿La estiba es un muro infranqueable? ¿Es competitiva o es cara? ¿Están introduciendo las terminales semiautomatizadas el prometido ahorro de costes que se auguraba? Pocas contestaciones desde el muelle.
La voz de alarma es un hecho. La senda del éxito es estrecha, la gloria, a veces, sólo es flor de un día y la autocomplacencia es la mayor enemiga que existe para mantener un negocio dinámico como el portuario en ebullición. La guerra por el contenedor no hizo más que empezar.