Mientras en Bruselas se habla de descarbonización y de corredores ferroviarios, en España se sigue complicando la vida a los operadores.
El ferrocarril de mercancías en España sigue en el baúl de los recuerdos. Mientras se repiten los discursos grandilocuentes sobre la necesidad de impulsar este modo de transporte -que apenas rasca un 4 por ciento de cuota de mercado-, la realidad es que las decisiones del Ministerio de Transportes parecen ir en la dirección opuesta.
La última muestra de ello es la reciente Orden Ministerial sobre ayudas al sector ferroviario por las perturbaciones provocadas por las obras en la red. Una medida que se ha aprobado sin tener en cuenta las alegaciones de los operadores. El resultado es que se han establecido criterios que, lejos de compensar, parecen diseñados para minimizar el impacto de las subvenciones.
El descalabro de la red es evidente: líneas clave en obras, desvíos kilométricos, plazos que se alargan sin fin, servicios que encarecen su operativa o se cancelan… Y, como respuesta, una ayuda bienintencionada pero lejos de las expectativas del sector.
Mientras en Bruselas se habla de descarbonización y de corredores ferroviarios, en España se sigue complicando la vida a los operadores, que ya de por sí luchan contra un mercado tradicionalmente complejo, en un escenario de fuerte competencia con la carretera. Todo apunta a que el ferrocarril de mercancías seguirá condenado a la irrelevancia si no hay voluntad política de cambiar el rumbo. Porque lo cierto es que la infraestructura está patas arriba, pero la improvisación y la falta de planificación agravan el problema. Se necesita modernizar la red, sí, pero con un calendario realista y con medidas de apoyo bien diseñadas que permitan a los operadores adaptarse sin morir en el intento. De nada sirve querer impulsar el tren como alternativa ecológica si las empresas ferroviarias se ven obligadas a tirar la toalla por los sobrecostes y la incertidumbre operativa.
Cada nueva obra sin alternativas viables, cada restricción sin soluciones efectivas y cada decisión política que ignora las necesidades del sector, son nuevos lastres para un ferrocarril de mercancías que nunca termina de despegar. Al ritmo actual, alcanzar la ansiada cuota del 10 por ciento en 2030 será poco menos que una quimera. Menos promesas y más hechos: el ferrocarril necesita planificación, apoyo real y ayudas bien diseñadas.