Los resultados del concurso abierto por los gobiernos de España y Francia para el establecimiento de una o varias autopistas del mar entre el atlántico español y el norte del país galo han decepcionado.
El sector naviero español sólo ha visto como únicamente Acciona-Trasmediterránea opta a consolidar una de sus rutas, la Vigo-Saint Nazaire, mientras que tres navieras extranjeras apuestan por los puertos de Gijón y Santander, en ‘experimentos’ que para una gran parte del sector sólo se pueden realizar con la mínima subvención que otorgan los ministerios de Fomento de ambos países.
Una subvención que sólo alcanza, en el caso español, a un máximo de 15 millones de euros por autopista del mar, lo que no supone ni el 25 por ciento del coste de un barco de carga rodada. Si a ello, le sumamos las notables exigencias del pliego del concurso en frecuencias y tráficos mínimos, las barreras al desarrollo del Short Sea Shipping son demasiado altas.
España ya tiene una notable experiencia en el desarrollo de esta clase de líneas, en el Mediterráneo, por ejemplo, donde las navieras italianas dominan el mercado del cabotaje y donde transportistas de ambos países consolidan día a día las apuestas de estas navieras que han sabido encontrar un mercado, lejos de subvenciones de Fomento que ahonda con ello en la ineficiencia del transporte ferroviario.
La cultura de la subvención para crear un mercado y masacrar a otro, como la carretera, no es la forma de optimizar el sistema de transportes en Europa. Los proyectos deben ser rentables por sí mismos, si queremos vivir en una economía de libre mercado, sin competencia desleal.
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