El SIL de Barcelona, celebrado entre el 5 y el 7 de junio pasados, ha cerrado su última edición con humildad, al alimón con los duros tiempos que corren, pero en plenitud de forma. El certamen mantiene viva la vocación con la que nació hace casi ya tres lustros de la mano de Enrique Lacalle, esto es, ser foro de encuentro de las empresas y de los profesionales del sector, su apuesta por el conocimiento a través de numerosas jornadas temáticas que continúan siendo un banderín de enganche importante para atraer visitantes al salón, y su carácter internacional, con especial hincapié en los negocios del transporte y la logística que se generan entre el sur de Europa y el resto de las regiones, siendo Latinoamérica el foco de interés de este año.
Por supuesto, nada es igual que hace cuatro años, antes de comenzar la crisis y abrirse este período de incertidumbre, tampoco el SIL. Decir lo contrario sería eludir la realidad. Además, ya va siendo hora de que el país se acostumbre e interiorice que todas las actividades, desde los negocios de las empresas hasta las ferias, han reducido su dimensión y que esta situación no será algo pasajero, sino que tendremos que convivir con ella durante unos cuantos años. No obstante, en contra de las voces agoreras y de los personajes cainitas, que sustentan sus propios triunfos en el disfrute de las derrotas del prójimo, que haberlos haylos en este país, el gran valor del SIL ha sido superar los elementos coyunturales y abrir una edición más las puertas del salón, obteniendo, además, un resultado más que digno. Está claro que, con este imponderable, tenemos SIL de Barcelona para rato, pese a quien le pese. ¡Bien!