La desgracia del pobre es que paga dos veces por la misma cosa, la primera decidida por precio y poco después cuando esta falla, la segunda, decidida por calidad
A estas alturas, ya nadie cuestiona la importancia vital de transformar digitalmente las empresas de transporte, es un paradigma ya asumido. Ya había reflexionado en esta columna respecto a la gran diferencia que existe entre digitalizarse y transformarse digitalmente (1 de junio de 2020).
Debo admitir que mayoritariamente la idea de digitalizarse está interiorizada y muchas empresas han cogido el testigo. Incluso el Gobierno con su plan de ayudas a microempresas y Pymes, queda pendiente el tramo para autónomos. Otra cosa es que se atrevan con la transformación real, donde además de tecnología, se precisa un análisis profundo de procesos para optimizarlos y del factor humano para motivarlo, formarlo e implicarlo.
Respecto a la parte tecnológica, y ahí viene el humo, han aparecido empresas transformadoras, tecnologizadoras y disruptoras como setas. Alimentadas al albur de la moda de fomentar el emprendimiento y las startups.
Como suele pasar, de todo hay en la viña del señor, algunas de calidad, enfocadas, con conocimiento sectorial y estrategias a largo plazo, pero también muchos vendedores de humo.
Hace pocos días me contaba un responsable, a cargo de mejorar los procesos de su empresa respecto a la automatización que habían acometido recientemente en un proceso concreto. Confesaba su fracaso con la elección, no del proceso, si no en la elección del ‘partner-proveedor’. Detrás de una oferta económicamente muy atractiva resultó un fiasco.
Dice un señor jubilado que conozco que la desgracia del pobre es que paga dos veces por la misma cosa, la primera decidida por precio y poco después cuando esta falla, la segunda, decidida por calidad.
Como dice el refrán, “sabe más el diablo por viejo que por diablo”, al final, lo barato sale caro, siempre.
Juanma Martínez
jmmartinezmourin@gmail.com