Las empresas de transporte de mercancías por carretera continúan con el agua al cuello. La crisis ha hecho mella en sus cuentas de resultados y las calculadoras ya no sirven para hacer buenos números. Ahora, más que nunca, demandan a las organizaciones empresariales a las que pagan, unidad y cordura.
Sin embargo, nada más lejos de la realidad. El asalto al Comité Nacional, que renovará su composición el próximo año, ha desatado una guerra entre patronales. Fenadismer y la Plataforma, que representan los intereses de los autónomos, se han enzarzado en una batalla campal para ganar cuota de poder y representatividad, que ha terminado por salpicar a la patronal CETM, en plena crisis de identidad.
Es lo que ocurre cuando tienes en tus filas a grandes, pequeñas y medianas empresas. Ni se puede tener a todo el mundo contento, ni sabes qué eres realmente. ¿Será verdad, al final, que los principales dirigentes de estas organizaciones están más preocupados en defender sus propios intereses, es decir, en no perder el sillón -o subirse a él, caso de la Plataforma, que aún no es nadie en el transporte- y vivir de la sopa boba, que en dibujar una ‘hoja de ruta’ que lleve al sector a buen puerto y asegure su futuro? ¿O será simplemente una cuestión de incapacidad y de no saber hacer una labor de lobby para decir al Gobierno lo que tiene que hacer en materia de política de transporte?
Sea por una cosa, o bien por la otra, lo cierto es que la Administración se maneja en este escenario como pez en el agua y aprovecha la división y la atomización del sector para hacer y deshacer lo que le venga en gana.
A río revuelto… Lástima que los paganos sean siempre los mismos: los transportistas. Es cierto que son ellos los que tienen que velar por su negocio, pero no se puede jugar a un mismo deporte con reglas diferentes. Y ahí, la culpa sí la tienen las asociaciones, que no saben hacer valer su peso y carácter estratégico, salvo a base de paros.
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