La 16 edición del Salón Internacional de la Logística y de la Manutención (SIL) de Barcelona, que se ha celebrado entre el 3 y el 5 de junio, ha sido la primera de los últimos años que no ha menguado respecto a la precedente. Al contrario, aunque modestamente, ha crecido.
No es para lanzar las campanas al vuelo, pero algo se ha dejado sentir el ‘mantra’ de la recuperación. Se ha notado en los pasillos del recinto ferial, sobre todo el primer día, y en el intercambio de impresiones menos negras de expositores y visitantes.
Lógicamente, la percepción de mejoría no ha sido unánime, ya que cada uno cuenta la feria según le va. Sí hay plena coincidencia en que se ha tocado fondo y que el camino que queda es crecer. Un crecimiento bien merecido por el tesón que ha puesto el equipo liderado por Enrique Lacalle para mantener a flote el salón durante la larga peregrinación por el desierto.
A pesar de los agoreros que dieron más de una vez por muerta la cita logística, el salón no ha dejado de levantar la persiana ni una edición. Sí es verdad que ha tenido que pasar por una cura de adelgazamiento (como todos) durante estos años de vacas flacas.
El recinto ferial de la Gran Vía se quedó demasiado grande ante la merma de expositores y el salón tuvo que regresar hace dos años a sus orígenes, es decir, al recinto ferial de Montjüic. Con anterioridad, ya había reducido su duración un día.
Del vía crucis de la crisis ha salido una feria más modesta. Y lo tiene difícil para recuperar el máximo esplendor que alcanzó en la época de bonanza. Sin embargo, lo importante es que parece que lo peor ya ha pasado y sigue vivo. Que sea por muchos años.