Los puertos españoles enfilan 2012 con más sombras que luces dentro de un panorama financiero marcado por una enorme incertidumbre y donde cualquier operación económica lleva un riesgo añadido. Es la hora de gobernantes y gestores coherentes que logren reconducir la inflación portuaria que vamos a disponer en España si verdaderamente se ejecutan todos y cada uno de los proyectos anunciados. Hoy no es tiempo de experimentos. No podemos elevar mucho más la deuda, mientras el tráfico no crezca por encima de los dos dígitos. No es hora de más deudas, sino de generar más ingresos.
El escenario actual es muy peligroso. Los puertos españoles alcanzarán durante 2012 un pasivo de 4.500 millones de euros, practicamente la mitad de su patrimonio, lo que debería llevar a las dársenas a ejecutar serias políticas de reducción de costes o aumentar los espacios concesionados para atraer nuevos ingresos. ¿Se tomaron decisiones estratégicas durante la bonanza? Es discutible. ¿Estaban todos los puertos que acometieron grandes obras respaldados por inversores privados? No. ¿Tuvo la administración portuaria una visión de país? No. Practicaron el café para todos y manejaron un criterio arbitrario en la concesión de ayudas europeas entre puertos en competencia, usando la política de confrontación más que una labor de gestión.
Porque haber llegado a querer negar la evidencia de que las dársenas españolas compiten entre sí es no haber visto cómo se pelea desde cada puerto por cada cabotaje o por cada contenedor interoceánico. Del milagro portuario español hemos pasado al fracaso por diseñar una política portuaria de Estado, un maquillaje. El legado que recibe Rajoy tiene el lastre de una crisis que obligará a privatizar y a sacar en venta parte del patrimonio portuario si las propias dársenas quieren asegurar una oferta tarifaria competitiva. La clave es lograr reactivar el tráfico, cuyas previsiones son hoy una incertidumbre de cara a 2012.
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