La formación sigue siendo, en pleno siglo XXI, una de las asignaturas pendientes del transporte por carretera, por lo que cualquier iniciativa encaminada a potenciar este déficit es bienvenida. Pero no todo vale y no a cualquier precio. Es cierto que la crisis económica ha terminado por pasar factura a las ayudas de Fomento destinadas a la formación, que se han recortado un 25 por ciento hasta los 3,8 millones, frente a los 5,1 millones de media de los tres ejercicios anteriores.
Sin embargo, también es verdad que las asociaciones empresariales, organizaciones sindicales y otras entidades sin ánimo de lucro, han recibido la friolera de 33,7 millones de euros en los últimos siete años. Es decir, más de 5.600 millones de las antiguas pesetas. ¡Ahí es nada! La pregunta es obligada. ¿A dónde va a parar la subvención? ¿Sirve, verdaderamente, para algo? Sin entrar en disquisiciones sobre el mayor o menor control por parte del Ejecutivo a la hora de verificar la realización de los cursos y acciones formativas que llevan a cabo las patronales, parece evidente que éste no es el camino, ya que el grado de formación de los profesionales del sector continúa siendo escaso.
Se impone, por tanto, un cambio de mentalidad, cuyo primer paso tiene que ser el abandono de la cultura del “pesebre”. Una triste realidad que cada cuatro años queda perfectamente reflejada en la guerra de representatividad que desata el proceso de renovación del Comité. No en vano, el peso en este órgano tiene su recompensa. Y si no que se lo pregunten a la patronal CETM, primera fuerza en el Comité, que se lleva la tercera parte de los 3,8 millones de subvención.
Los empresarios, tarde o temprano, tendrán que ceder parte de su protagonismo en este negocio y centrar sus esfuerzos por conseguir una formación profesional unificada, que, además, posibilitaría una mejor distribución de los dineros públicos. Aunque claro, ¿de qué vivirían, entonces, las asociaciones…?
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