El ministro Blanco ha cumplido con la promesa, que arrastraba Fomento desde tiempos de su antecesora Mágdalena Álvarez, de presentar las cuentas de explotación de los 48 aeropuertos españoles. Su esfuerzo por la transparencia es loable. Ahora toca analizar las cifras presentadas por el ministro. Lo cierto es que no se pueden sacralizar, pues presentan más sombras que luces.
No obstante, primero, es necesario consignar que la red aeroportuaria nacional arrastra una deuda por financiación de inversiones de 11.412 millones, casi dos billones de las antiguas pesetas, y que sólo 9 de los 48 pistas ganaron dinero en 2009. Ambas son cifras para la reflexión porque ponen en cuestión algunas de las cuantiosas inversiones realizadas en la construcción de determinados aeropuertos, que se han revelado absolutamente ociosos, abundando así en la falta de planificación y obviando el principio de prudencia que debe de imperar en la gestión de los dineros públicos.
Estas cifras también ponen en cuestión el perfil de las ampliaciones ejecutadas en algunas pistas. No se pone en duda la necesidad de las mismas, sino que Fomento se haya decantado por intalaciones fastuosas en lugar de por otras menos gravosas para las arcas públicas pero igual de funcionales (e incluso más).
Dicho esto, por mucho que el ministro descargue el déficit operativo en las espaldas de los controladores, queda por saber de dónde salen las cifras, qué criterios ha seguido Fomento para alumbrar las mismas, lo que los puristas llaman contabilidad análitica, porque en función de esos criterios pueden variar, y en mucho, las cuentas de explotación de los aeropuertos.