Fomento quiere un nuevo rumbo para los puertos españoles. Se prepara una reforma en profundidad del modelo portuario. La proa se dibuja hacia una mayor competitvidad de las dársenas resolviendo las ineficiencias que lastran a un sistema de gestión que ha funcionado satisfactoriamente en los últimos veinte años.
Un sistema que ha posicionado a España como la principal plataforma de distribución marítima del sur de Europa pero que también ha demostrado sus dosis de perversión y una falta de ética empresarial, en algunos casos.
Sólo hay que ver los sobrecostes en obras portuarias faraónicas y planes de negocio fracasados, producto de un marco inversor alocado por las ayudas europeas. Hoy es la hora de la reflexión, del estudio de las diferentes alternativas de gestión portuaria que existen y de su constante evolución, pero también urge la necesidad de la toma de medidas urgentes para liberar al negocio marítimoportuario de esa pérdida constante de competitividad que lastra su presente, fruto de unos servicios portuarios más cartelizados que liberalizados.
Es tiempo para que España renueve sus estructuras portuarias. Hay que transformar el negocio con la entrada de más iniciativa privada y se debe lograr configurar una gestión más empresarial y menos politizada de los puertos.
Hay que instaurar una nueva cultura portuaria que aleje los demonios del proteccionismo del Estado sobre colectivos como la estiba que deben evolucionar hacia un sector convencional de la economía española. Hace falta más competencia. E
s clave. Queda la incógnita de si la hoja de ruta incluirá la eliminación del estatuto público de las autoridades portuarias, el inicio de una privatización que suponga ingresos al Estado y exista una renovación de las tasas hacia una libertad sin límites para cada dársena. Fomento debe transitar sin prisa, pero sin pausa, del estudio a las medidas concretas para que los puertos sean más eficientes y competitivos en el medio plazo.