Trasluchando  | 

Procrastinar

Hay quien ve la procrastinación como un defecto; otros hacen de tal actitud ante la vida, arte o virtud o ambas

Procrastinar es un verbo latino que significa “postergar hasta mañana”. Recordemos que es una forma de evasión de la responsabilidad de cada cual, utilizando para ello como excusa, la dedicación a otras actividades, casi siempre más importantes que aquella que se está evadiendo de manera consciente. Obviamente, las actividades “refugio” suelen ser más fáciles de llevar a cabo, pero casi todas tienen como común denominador la irrelevancia de las tareas emprendidas.

El refranero castellano definiría tal actitud como “marear la perdiz”, y tiene en común la intencionalidad del circunloquio para dilatar la resolución de un problema que está encima de la mesa. Entendemos que hay otros elementos comunes: el de la intencionalidad y el de la consciencia; la procrastinación conlleva una voluntad decidida de dilatar; existe una dedicación intencionada a otros problemas irrelevantes en relación con el que deben resolver; el procrastinador, además, es consciente de que su dilación causa problemas de resolución de otros problemas cuya solución es más relevante. Se trata de justificar las negligencias de la falta de diligencia.

La procrastinación funciona como una excusa; la excusa es la dedicación, eso sí, injustificable (que no injustificada) a otros menesteres, lo que nuestro refranero definiría como “andarse por las ramas”. Los procrastinadores suelen recibir el aplauso, inmerecido, de los miles de procrastinadores de segundo grado quienes demuestran sus aptitudes para subir de categoría.

Lo delicado de esta forma de encarar los problemas importantes dilatándolos y solucionando otros menores (obviamente más sencillos) es su intencionalidad. Afecta directamente a la productividad de las personas en sus responsabilidades profesionales y esa intencionalidad, precisamente, les priva de la excusa que pretenden esgrimir con la dedicación a otros temas menores. Sin embargo, como comentamos, es un refugio, como lo son la mayoría de las excusas. Y detrás de esta actitud, hay dos razones: una es el desconocimiento de cómo solucionar el problema principal y otra sería el miedo al fracaso. Las dos son entendibles pero injustificables cuando hay que (o se debería) rendir cuentas a terceros, sean estos los clientes o los ciudadanos.

Luis Figaredo

luisfigaredo@luisfigaredo.es