Parecía que la luz llegaba a Renfe. La pública acaba de anunciar la creación de una sociedad de alquiler para poner en valor una parte de su material ocioso tras haber invertido 500 millones de euros en la última década en la renovación de su parque de locomotoras y vagones. La realidad es terca. Un tercio de su flota actual de locomotoras, formada por un parque de alrededor de 324 máquinas, está en vía muerta.
La crisis económica y el prolongado déficit de gestión de Renfe en mercancías en los últimos años ha provocado que desde el sector privado se haya venido criticando la desbocada política inversora del operador de Fomento. El último pedido de 100 locomotoras eléctricas adquiridas a la canadiense Bombardier, que representó una inversión de 419 millones de euros, colmó los ánimos de los operadores que han tenido que soportar en los últimos años cómo con el dinero de todos se impedía animar la competencia del transporte ferroviario de mercancías.
Ahora Renfe afirma que la nueva sociedad de alquiler “responde al objetivo de fomentar la liberalización e incrementar la concurrencia competitiva en el transporte de viajeros y mercancías en España mediante la puesta a disposición del mercado de material rodante”. El discurso está vacío, a tenor de los iniciales recursos aportados al mercado para arrendar por el operador público. La emergente sociedad de alquiler nace poniendo a disposición para mercancías un parque de 49 locomotoras, 37 eléctricas y 12 diésel, junto con 1.173 vagones. Las locomotoras diésel y los vagones pueden tener mercado, pero el parque eléctrico tiene más complicada comercialización.
Los privados prefieren las diésel, gracias a su polivalencia. Pero son sólo 12 unidades. Renfe guarda con celo para sus tráficos, al menos de momento, sus ‘joyas de la corona’ en mercancías, las cien de Bombardier, mientras parece querer mantener en el túnel a sus competidores con vetustas ‘japonesas’ eléctricas de alquiler.