Aún está caliente la huelga salvaje de los controladores aéreos y el ministro José Blanco podría tener que volver a echar mano de la manguera para apagar un nuevo incendio. En esta ocasión, en el transporte por carretera.
La escalada del precio del gasóleo, próximo a los máximos históricos de 2008, que desencadenaron el último paro sectorial, ha puesto a los transportistas en pie de guerra y algunas organizaciones, como Fenadismer, han amenazado ya con “movilizaciones contundentes”.
Es evidente que la brusca caída de la actividad, el exceso de oferta por la compra sin control de camiones en los años de bonanza y unos precios por debajo de costes, como consecuencia de la crisis, ha golpeado duramente a un sector acostumbrado a morir matando.
Está claro, también, que se necesita un plan urgente de medidas. Sí. Pero para resolver, de una vez por todas, los problemas estructurales del sector y no los problemas puntuales, que sólo son pan para hoy y hambre para mañana.
Los transportistas no pueden estar siempre amenazando con parar un país para sacar adelante sus reivindicaciones y, menos aún, en la actual coyuntura, que podría dificultar la recuperación económica en un momento en el que los focos vuelven a estar sobre España cuando el rescate de Portugal se da por hecho.
Las organizaciones sectoriales deberían hacérselo mirar. Es necesario que varíen su rumbo, aparquen las amenazas y chantajes para defender sus intereses y presenten un discurso empresarial acorde con los nuevos tiempos. Es de sentido común, aunque ya se sabe que no siempre es el más común de los sentidos.
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