Pasan los años, los ministros y los planes inversores. Deudas, alardes, globos sondas y más de una gotera que terminó por inundar pasillos y despachos. Nuevos Ministerios no se vende. Fomento sigue sin moverse ni un milímetro.
Ni se percibe una mejora en la gestión en Renfe, ni se le da la vuelta como a un calcetín a Aena como se dijo, ni la crisis nos deja canalizar una mejor gestión en los puertos no rentables para hacerlos competitivos.
El Gobierno de Rajoy no logra enderezar la situación económica, ni ajusta el complicado modelo territorial, que incide sobre las dársenas. Sólo hay que ver la peligrosa caída de la actividad en ciertas radas a lo largo de 2013, que mantienen un frívolo endeudamiento de miles de millones de inversión público-privada, y el desbarajuste existente hacia los clientes con 28 tarifarios en competencia.
La última ocurrencia de Fomento para intentar paliar la crisis es anunciar una bajada de tasas y reformar el modelo concesional en los puertos tan sólo tres años después de que el Parlamento aprobará una ley del consenso que iba a mejorar los puertos españoles como nunca.
Es decir, la ley no era nada flexible, aunque para algún político despistado era el renacimiento. Más allá de tasas baratas o de concesiones longevas, en la economía portuaria preocupa el coste de escala de los buques.
Tras el anuncio de Ana Pastor se abre una oportunidad para modificar aspectos de la operativa portuaria y adaptar los mismos al criterio de Bruselas. Nos jugamos a corto plazo que en España escalen buques de 18.000 TEUs.
¿Está haciendo la estiba sus deberes o dilata plazos? ¿Y el Gobierno? ¿Más liberalización? ¿Más semiautomatización? En el fondo, como se asegura desde Puertos del Estado, la estiba ha ido de la perdición hacia la perversión.
Las empresas no logran negociar buenas manos y no son capaces de aguantar el poder de la estiba en el territorio. Están a tiempo de mirar más por el futuro de por ver qué guapos salimos en las noticias.
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