Me señalo como un obseso de la teoría de la conspiración; pido mis más sinceras disculpas
Que todo el tiempo pasado fue mejor no es del todo correcto, porque exactamente quería decir que todo lo que viene de fuera, parece, solo parece, que es mejor que lo nuestro. Barato, casi seguro, mejor en algunas contadas ocasiones, productos y servicios. Observo un candidato local, cercano al mar, de una pequeña pedanía, que comete la osadía de ofrecerse a invertir lo que considera necesario para apostar por un número que asciende a una cifra superior en tres cuartas partes a la ofrecida por el que, finalmente, acaba siendo el ganador y la única otra opción.
Dejando de lado los más de diecinueve mil gramos extras de recaudación de tasas, en relación al primer clasificado. Todo el marketing y comunicación de los integrantes de la curia se jactan de promover la evolución, digitalización (con la automatización implícita que ello conlleva…), optimización de recursos públicos, reducción del impacto medioambiental, justo lo que el segundo clasificado ofrece, exactamente lo contrario a la apuesta de los que han conseguido la laureada.
Personalmente, me señalo como un obseso de la teoría de la conspiración, por lo que pido mis más sinceras disculpas, al recordar como esa cancillería, anteriormente mencionada, nos vaticinó: “hijo mío, ten presente que llegue quien llegue al paraíso, será juzgado y recurrido ante la nunciatura suprema, como si estuvieran en línea directa, no con el más allá, sino con el más acá…” Y si dentro de mi más absoluta enajenación así hubiera sido, me obligo a preguntarme, ¿quién sabe tanto?, ¿cómo es posible tal premonición?, ¿quién gestó esta noche de los cristales rotos? Temamos a la revelación del más que injusto lanzamiento que, en una de sus largas caminatas diarias, le de por explicar lo que ningún divino debiera, pudiera o se atreviera a hacerlo. “La obra maestra de la injusticia es parecer justo sin serlo” (Platón).
Miguel Rocher
mrocher@operinter.com