No hay mayor satisfacción hoy en el seno de una comunidad portuaria que lograr programar una inversión, disponer de los fondos públicos necesarios, que la terminal que origina la misma salga concesionada en meses y que el inversor no tenga miedo a aportar la última tecnología para que juntos, motor público y privado, ganen la batalla a la competitividad. Es parte de lo sucedido en Algeciras durante estos últimos años de la mano del equipo de Manuel Morón.
Un paso hacia una mayor eficiencia operativa que deberán dar otros puertos españoles a corto plazo. Si a eso sumamos que España contará en las próximas semanas con un nuevo instrumento legislativo que parece que puede abaratar el coste tarifario de ciertas operaciones, como el transbordo de contenedores, podemos estar asistiendo a una revolución de la cultura portuaria.
Algeciras logra fidelizar a un sólido abanico de navieras asiáticas dentro del consorcio CKYH Alliance por su estratégica localización, pero aún resta saber si los contenedores de Cosco, K Line, Yang Ming Line y Hanjin, que han empezado a ser familiares en los muelles algecireños, tendrán en la nueva Ley un instrumento tan eficaz para la planificación como demostró ser la 48/2003, aquella que predicó a los puertos a ser gestores de suelo a la vez que misioneros en la búsqueda de tráficos por los cinco continentes.
Echando la vista atrás, el fundamento de esta cultura estaba entre las líneas de la 48/2003, hoy modificada, pero fortalecida en un modelo de gestión que aún deberá reflexionar sobre el peso de la política de bonificaciones en los puertos inversores. Ojito con la competencia desleal.