La Comisión Nacional de la Competencia (CNC) ha señalado que las asociaciones de transportistas y logísticas del puerto de Valencia pactaron en los últimos quince años precios y cláusulas. Este ‘cártel asociativo’ se plasmó en censos de camiones, en la colocación de pegatinas en las tractoras y en el reparto de tarifarios.
Es decir, se acordaron condiciones que restringen la libre competencia durante la época de mayor gloria que tuvo Valencia. Un período en el que la rada se consagró como líder del Mediterráneo y quinto puerto de mayor relevancia de Europa, gracias al ímpetu de su comunidad portuaria.
La misma que ha pasado, por la nefasta actuación de unos pocos, de la brillantez de sus cifras de tráfico al azote de la CNC, que ha impuesto multas por 43 millones. Es la cuantía más alta aplicada a un conjunto de asociaciones y terminales en la historia de España.
Quedan sin sanción penal y patrimonial aquellos que firmaron, pactaron y hoy se escurren entre patrañas de “yo no he sido”. Sus firmas están en los documentos. La mentira es mala compañera de viaje cuando se usó una mala praxis para salvar el enésimo boicot de los autónomos.
Un colectivo desesperado por maquillar con pésimas artimañas su corralito. Los empresarios vinieron sintiendo durante años en carne propia el chantaje, la coacción, el veto y el insulto de los que tenían la fuerza para cerrar un puerto mientras algunos dirigentes asociativos se engañaron en las medidas.
Tienen la oportunidad para desmontar un modelo que no supo consolidar el futuro del colectivo. El mercado manda. Lo peor es la cobardía del que se esconde tras la maquiavélica intermediación de una rosca atomizada, abriendo una gran sombra de duda entre empresas y empresarios con trayectorias intachables.
La CNC dice que hubo pactos, como ya pasó en Bilbao y Barcelona. Se anuncian recursos. Hoy el negocio, mayor de edad, ya conoce su marco de juego. No queda un ápice de margen para más victimismo.
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